Categories
President's Blog

Commencement address – Universidad Politécnica de Madrid

On June 22nd, before I arrived to Mason, I had the honor of delivering the commencement speech in my alma mater, the School of Telecommunication Engineering of Universidad Politécnica de Madrid.  Until now I had not had the chance to post it, so with only 4 months of delay, here it goes.

First, the video (my part is in the first 15 minutes and is in Spanish).

Then the full text.  And a warning: writing a commencement speech is harder than it seems!  Here it goes (in Spanish):

Buenas tardes a todos, a profesores, familiares y amigos. Y muy buenas tardes a los protagonistas de este acto, esta nueva promoción de telecos, en un día muy especial que marca el final de una etapa importante en sus vidas.  Muchas gracias al Director de la Escuela, Guillermo Cisneros, por su amable invitación a acompañaros.

Por las caras que veo, y porque aún no se me olvida mi propia entrega de diplomas aunque fuera hace 22 años, detecto que tenéis una mezcla de alegría y emoción por dejar atrás años de exámenes y proyectos, de largas noches de estudio.  Pero también detecto incertidumbre, nervios e incluso ansiedad al no saber exactamente lo que viene ahora.  Por si os sirve de consuelo, esto es normal y nada patológico. 

 Siguiendo el ejemplo del fundador de Apple, Steve Jobs, he decidido contaros tres historias de mi vida.  Nada más. Tres simples historias.

 La primera tiene que ver justo con lo que pasó en mi vida cuando yo estaba sentado ahí donde estáis vosotros hace un porrón de años.  Cuando terminé Teleco tuve la fortuna de conseguir una beca Fulbright para hacer mi doctorado en Estados Unidos.  Siempre soñé con salir fuera de España y conocer mundo, y siendo el empollón que era (lo sigo siendo), soñaba también con estudiar en una de las grandes universidades americanas.  Mi plan iba perfectamente hasta que un día decidí que lo que realmente quería estudiar no era más ingeniería, sino psicología. 

 Durante los últimos años de Teleco me solía escapar con mi amigo Manuel Rincón a la facultad de filosofía a escuchar lecciones sobre Sócrates y Aristóteles, y en mis ratos libres leía a Freud, Noam Chomsky y B. F. Skinner.  Como buen teleco, estaba resignado a que la filosofía y la psicología serían un simple entretenimiento intelectual, nada más.  Hasta que un buen día se me ocurrió la descabellada idea de que quizás podrían ser algo más en mi vida.

 Cómo os podéis imaginar, toda la gente a quien respetaba y quien me apreciaba, especialmente mi director de tesis aquí en teleco pensaron que había perdido el juicio, que iba a echar a perder mi prometedora carrera como ingeniero, y no sé cuantas cosas más. 

El caso es que después de muchas indagaciones y negociaciones conseguí que me aceptaran en un programa de doctorado en psicología sin perder mi beca Fulbright. Y la experiencia terminó cambiándome la vida: me ayudó a ver el mundo de una manera distinta y que abrió nuevas puertas que jamás habría imaginado.  Resulta que los ingenieros parecen tener la cabeza demasiado cuadrada para preocuparles los aspectos humanos, y a los psicólogos les suele dar alergia la tecnología y los números. 

 La combinación me ayudó a la larga en mi carrera de maneras que jamás anticipé.  Si no hubiera estudiado psicología, no habría terminado trabajando como consultor de cambio en Accenture, ni habría sido profesor de liderazgo en una escuela de negocios, ni habría llegado a decano con treinta y pocos años en España, o presidente con trentaymuchos en Estados Unidos.

 Siempre he pensado que la educación debe abrirnos puertas, no cerrarlas.  Que por el hecho de que hayas estudiado teleco (o derecho, o reparación de automóviles) no estás abocado a nada en particular, que tus estudios te abren oportunidades pero que te toca a ti aprovecharlas como te apetezca o convenga.  No dejes que los convencionalismos, las expectativas de unos y otros determinen tu futuro.  La vida no solo es corta, sino fascinante, sorprendente, rica.

Por cierto, en psicología aprendí algunas cosas útiles, cómo la respuesta al secreto de la felicidad.  Resulta que está científicamente comprobado que hay tres cosas que contribuyen a la felicidad.  La primera ganar 60,000 euros (lo de que el dinero no da la felicidad es cierto solo a partir de esa cantidad).  La segunda hacer cosas con impacto.  La tercera, pasar tiempo con familia y amigos. Así que ya sabéis.

 Mi segunda historia es una historia de fracaso. En 1996 sorprendí a mis colegas y socios de Accenture cuando les dije que dejaba la prestigiosa firma de consultoría, en la que todos me auguraban una larga y exitosa carrera, para irme a Ávila a ayudar a crear una nueva universidad que yo estaba convencido iba a cambiar el panorama universitario español. 

Así que dejé mi vida de ejecutivo agresivo entre Madrid, Estambul y el ocasional viaje a Milán o Chicago, para irme a trabajar a una ciudad con la energía de un Koala (si no habéis visto nunca uno, luego os lo explico) a una universidad que no existía, como empleado número 3, como asistente al Rector primero, y luego vicerrector de investigación.

 Os ahorro los detalles, algunos de los cuales aún son dolorosos, pero en apenas un año, el proyecto pasó de ambiciones mundiales a politiqueo local y trama de novela negra que me pilló desprevenido y muy mal preparado.  Al rector que me convenció para la aventura lo echaron y el nuevo, nada más llegar, me echó a mí.  Así que una tarde de verano, en coche volviendo a Madrid por el camino largo, cruzando la sierra de Guadarrama en compañía de mi amigo Manuel Rincón por cierto, otra vez, decidimos darnos un chapuzón en el pantano de Peguerinos, y entre pinos y vacas, pensaba en mi futuro, en mi hijo Alex recién nacido, en que quizás los que me aconsejaron fueron más sabios que yo.

 Ahora cuando recuerdo ese día, creo que fue una de las mejores cosas que pudieron pasarme.  Primero porque me abrió la mente a hacer cosas nuevas que antes no me habría planteado hacer (me permitió hacer un reset frío de mi carrera, que si alguien o algo no te empuja es difícil hacer) y segundo porque me enseñó mucho sobre la complejidad del liderazgo y la dinámica política de las organizaciones.  Años después, como decano del IE, presidente Thunderbird y ahora en George Mason University, me he encontrado mucho mejor preparado para reconocer al asesino con el cuchillo detrás de la cortina, y todo se lo debo a mis queridos colegas de la ciudad de las murallas.

 Mi última historia tiene que ver con un curso de liderazgo que impartí el año pasado a un grupo pequeño de estudiantes en Thunderbird.  La pregunta que me hacían cada día, y que yo poco hábilmente eludía como podía, era cómo demonios has planeado tu carrera para conseguir lo que has conseguido a tu edad (en Estados Unidos casi siempre los decanos y presidentes suelen llegar a sus trabajos al final de sus carreras, no al principio, como lo hice yo, y mucho menos viniendo del extranjero).  Al final del curso, los estudiantes me arrinconaron y no tuve más remedio que decirles la verdad: que mi carrera no ha sido más que una secuencia de accidentes y no el resultado de una planificación inteligente, de una ambición desmedida o una confianza en mí mismo extraordinaria.  Nada más que una serie de accidentes. 

 Fue un accidente que me aceptaran en Georgia Tech para estudiar psicología, o que un socio de Accenture en Madrid hubiese estudiado en Georgia Tech, o que mi mujer recibiese una invitación para trabajar en el IE, o que el presidente del IE se fijase en mí al poco de llegar, o que la presidencia de Thunderbird se abriera cuando lo hizo, etc, etc, etc.

 La idea de que podemos planificar nuestras carreras como si fueran un proyecto de ingeniería es un mito, no sólo falso, sino dañino.  Si preguntas a uno de tus colegas “qué vas a hacer” y te contesta con un plan perfectamente trazado de lo que va hacer no ya en el próximos 20 años, pero incluso en los próximos 5, no te sientas acomplejado, sino más bien preocupado por él. 

 Es imposible predecir el futuro.  No hay proceso estocástico, modelo linear, o transformada de Fourier que te ayude.  Peor aún, al tratar de predecir nuestro futuro podemos estar poniéndonos orejeras a posibilidades que ahora ni nos podemos imaginar.  Lo único que puedes hacer es considerar el presente, y decidir con poca información, mucho instinto y sin obsesionarte por la posibilidad de equivocarte. 

 A mí siempre me ha ayudado hacerme dos preguntas: ¿me emociona esta oportunidad por el impacto que puede tener?  Y ¿Puedo aprender y crecer con esta oportunidad? Si estás emocionado con lo que haces, si puedes obsesionarte con lo que haces porque te encanta, si no te deprimen los lunes porque estás convencido de trabajar por una buena causa, que tu trabajo tiene impacto en las vidas de otros, vas a destacar. Y si cada día estás aprendiendo algo nuevo, poniéndote a prueba, estarás abriendo nuevas oportunidades.  Si destacas y aprendes, no te tendrás que preocupar por lo que vaya a pasar en 5 o en 10 años, y no dejarás de sorprenderte. 

 Para crecer, tienes que buscar oportunidades que te parezcan un poco descabelladas, que te den cierta inseguridad.  Un secreto entre nosotros: da igual lo lejos que llegues (como si eres Rajoy, o el presidente de IBM o Telefónica), nunca dejas de tener una sensación de inseguridad, un pequeño síndrome de impostor, de que no eres tan listo ni estás tan seguro de lo que dices como parece.  Y esa sensación es buena y útil.  Significa que sigues aprendiendo, que sigues creciendo. 

 Sé que lo normal en una ceremonia como esta es deciros que sois la pera limonera (término técnico), que debéis tener confianza en vosotros mismos, que os las sabéis todas y os vais a merendar el mundo.  Y sin embargo mi mensaje es otro: que sois afortunados por lo que tenéis, por haber estudiado en uno de los mejores centros de Europa, por estar en la cúspide de la pirámide en cuanto a potencial (¡incluso si suspendiste cálculo!), pero que os queda mucho por aprender, y que buscar las oportunidades que te hagan sentir un pelín inseguro, es lo mejor que puedes hacer.

 Cuando vuestro director me invitó a acompañaros, me avisó que esto no era una ceremonia de “graduación”, en el sentido de que no estáis recibiendo un título de grado (que nos confundiría con otros estudios no tan rigurosos como teleco), sino de entrega de diplomas.  A mí me gusta más la denominación de mi universidad, que lo llama “commencement” o ceremonia de comienzo, porque en el fondo eso es lo que es, un momento para celebrar el inicio de una etapa nueva en vuestras vidas.  

Un mensaje final.

No os desaniméis con los datos de paro.  El mundo siempre va a necesitar talento, y en pocos sitios del mundo hay tanta concentración de talento como el que hay aquí hoy. McKinsey esta semana ha publicado datos que indican que tenemos un exceso de mano de obra de baja cualificación de unos 90 millones de personas, pero un déficit de 40 millones de gente cualificada.  Vosotros estáis en el 0.01% de cualificación.  Con lo cual no estoy preocupado.  Quizás tengáis que tener cierta creatividad, o hacer la maleta y conocer mundo como hice yo.  Pero no tengo la menor duda de que conseguiréis tener una carrera enriquecedora y con impacto.

 Querida nueva promoción de telecos: os deseo una vida llena de éxito y de fracasos de los buenos, espero de corazón que hagáis grandes cosas para vuestros congéneres, que no hagáis trampas, que no dejéis de aprender, que echéis una mano a los que vienen detrás (esto incluye echar una mano en Teleco cuando sea preciso), que ganéis al menos 60,000 euros, que paséis mucho tiempo con familia y amigos, y que nos hagáis a todos sentirnos orgullosos de lo que hacéis. 

 Enhorabuena.